Las bodegas constituyen hoy día,
una especie de pequeños centros de abastecimiento popular que por muchos años
se mantienen vivas en esta ciudad, pero siempre aliadas a la economía familiar.
En un principio se les conoció
como pulperías. Estas eran verdaderos centros o casas comerciales donde en los
pueblos del interior de Guayana, surtían de corotos o bastimento a los obreros
del campo y de las minas de oro de El Callao. Allí era el llegadero cotidiano.
Todo allí giraba en torno de las pulperías.
Vendían además balatá, cauchos y el
famoso purguo. Y en algunas pulperías como las de Upata, El Palmar y Guasipati,
era normal, la venta y expendió de ron blanco elaborado en los propios alambiques
de estos pueblos.
En Upata fueron muy famosas las
pulperías de Don Antonio Rodríguez, upatense y Pedro Cova, rico y acaudalado
comerciante cumanés que en la época de la fiebre del oro se había establecido
en Upata. Eran los años de 1858 y 1860.
Desde El Callao venían empresarios
del balatá y del oro a buscar la despensa en las pulperías. Posteriormente a
comienzos de la década de 1930, el término pulpería decayó notablemente y la
gente las comenzó a llamar simplemente con el nombre de BODEGAS, al parecer por
los grandes almacenes, depósitos y habitaciones que tenían un gran parecido con
los de los barcos que hacían la travesía entre Ciudad Bolívar (Puerto Blohn) y
la Isla de Trinidad.
BODEGA EL TORNILLO
UPATA
Pero la tradición se mantiene hasta nuestros días.
Siempre apegadas al desenvolvimiento comercial de Upata y de otros pueblos del
Sur guayanés.
Fue muy
notorio que las bodegas de Upata vendieran desde un azadón, pailas, clavos,
palas, picos, machetes, aperos, conchas de báculas y hasta telas traídas del
exterior que llegaban hasta Upata procedentes de Ciudad Bolívar, vía Trinidad.
Por eso, las bodegas tienen fama y tradición en nuestros pueblos.
Quien
habla es el Señor Francisco “Tita” Lezama (a quien entrevistamos antes de
fallecer), un curtido bodeguero de tuvo su bodega hace más de 50 años, nacido en
Upata y a quien encontramos en su bodega “Los Amigos” de la Calle Piar cruce
con Libertad, en el preciso momento cuando limpiaba una antigua balanza hoy en
desuso, pero que es toda una reliquia en el Sistema de Pesas y Medidas. Pieza
valiosa para el futuro Museo Tradicional de Upata.
Dice Don Tita Lezama como lo llamaban
cariñosamente “que su bodega ha sido gran amiga de toda la vida y que gracias a
ella pudo educar a sus hijos. Para entonces comenta que en 1930, cada bodeguero
pagaba una estampilla de Bs 1,50 mensual por concepto de industria y comercio.
Otro
veterano bodeguero fue el Señor José Tomás Manrique, a quien una vez el hampa
le robó la caja con los reales, prendas y todo lo demás que había en ella. El
robo se produjo cuando en un momento se dirigió hacia una habitación de la
casa. Lo estaban cazando.
TITA LEZAMA FUE UN
EXCELENTE
BODEGUERO EN UPATA.
Su bodega denominada “La Rosa” situada entre las
Calles Bolívar y Beneficencia es la típica bodega upatense con todos los
artículos de la dieta diaria.
Hasta el
utilísimo kerosene vendió Don Tomás en su bodega. Una vez le compramos una
antigua balanza por Bs 300, oo que es toda una reliquia que conservamos como
pieza para el Museo de Upata.
Allí mismo frente a Don Tomás Manrique, se
encuentra otra bodega con añeja tradición en Upata. Es la Bodega “El Esfuerzo”
de Doña Julia Muñoz, conocida popularmente como “La Purga”.
Seguramente cuando lea este trabajo cogerá alguna rabia. Pero el pueblo
y sus clientes la llaman así. Es la tradición misma que tiene y su bodega en
Upata.
“No me
retraten ahorita que estoy muy fea” nos dijo Doña Julia Muñoz, ya entrada en
los setenta años. “Venga como a las cinco de la tarde que estaré bonita y bien
arreglada” expresaba un poco molesta.
Su
bodega “El Esfuerzo” tiene características muy especiales y singulares a las
demás. Aparte de vender artículos comestibles, también vende licores y hasta
terminales de loterías. Pero tiene una vieja tradición.
Allí
Doña Julia elabora y vende la dulcería más deliciosa y solicitada de toda
Guayana. Dulces de leche, e coco, de lechosa, de guayaba, biscochuelos, tortas
caseras, suspiros, jaleas de guayaba, de mango y los famosos turrones
argentinos cuya fórmula única y exclusivamente la tiene ella sola en Upata.
Muchos
son los encargos que le hacen ejecutivos, amas de casa, militares, empleados y
hasta funcionarios oficiales para llevar a Ciudad Bolívar, Ciudad Guayana,
Caracas, Mérida, Valencia, Maturín, Barcelona y toda la zona Sur y Oriental del
país.
La
producción dulcera de Doña Julia Muñoz ha llegado a muchas regiones de Venezuela
y con ella el nombre de Upata. Hoy valdría la pena industrializar la dulcería
criolla upatense. Pero Doña Julia Muñoz ya no aguanta muchos años más nos dice.
Detrás de ella, vendrás otros y otras, heredando esta antigua tradición.
“Mi
bodega es mi salvación” nos dice la anciana un tanto preocupada. Pero segura de
su expresión. Y se despide brindándome un par de sabrosas tortas hechas por sus
propias manos.
Hubo
que repetir otra ración porque el fotógrafo Fernando Silva si las encontró deliciosas.
Porque él es upatense de pura cepa. Gracias Doña Julia, pronto volveremos por
aquí! Empezaron a llegar los clientes. Adiós mijito. Nos dijo en una expresión
muy típica y familiar en Upata.
“No es
fácil ni muy cómodo estar arrecostado detrás de un mostrador”, es la frase que
nos disparó el Señor Demetrio Hernández, ya fallecido, cuando llegamos a su
bodega que llevó su propio nombre. Y al frente de la cual tuvo unos cincuenta
años.
Su
bodega estaba cerca del Mercado Municipal de Upata, Calle Miranda, Vía El
Manteco. Nos dijo con gran nostalgia
“que antes las bodegas vendían de todo - mecate, alambres de púas, trampa para
cazar ratones (ahora abundan mucho los gatos dice), lamparas venaeras, carburo,
cueros y hasta medicamentos tales como cafenol, alcohol, agua oxigenada,
emulsión de Scott, aspirinas Ross y como si fuera poco hasta plantas
medicinales como cariaquitos morado, pencas de sábila, onoto, pasote, catuche,
toronjil y quina para combatir el paludismo y muchos males que azotaban a
nuestro pueblo cuando no existían médicos ni carros ni farmacias”.
A
pesar del largo tiempo transcurrido y del proceso inflacionario que ataca a
Venezuela, las bodegas subsisten gracias a la tenacidad de los bodegueros, que
son unos hombres comunes y corrientes del pueblo, padres de familia y hasta
muchas veces fungen como orientadores de sus clientes. Pero mantienen viva esta
antiquísima tradición que pareciera
marchar siempre agarrada al desarrollo vertiginoso y crecimiento de Upata.
Y son
muchos los bodegueros que siempre están sacando del hoyo a más de un empleado y
trabajador limpio y trasnochado cuando éstos están en la más grande “peladera
de bola”, prestando dinero y fiando la poca y corotos que tienen en sus viejos
estantes de madera.
Los
bodegueros son los auténticos y genuinos comerciantes quienes de verdad
requieren de los pequeños créditos y asistencia de quienes detentan el poder
municipal, regional y nacional.
Hola. Gracias por dejar estos testimonios para la historia. Me gustaría saber cuándo tuvieron lugar las entrevistas. Saludos.
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